Doha

12 diciembre 2012
La Conferencia sobre Cambio Climático de Naciones Unidas, COP18/CMP8, que este año tuvo lugar en Doha, Qatar, llegó a su fin el pasado fin de semana. El plazo para las negociaciones fue prolongado en un esfuerzo por lograr una decisión positiva de todas las partes; sin embargo, una vez más lamentablemente hemos sido testigos de una COP desprovista de decisiones significativas ante el cambio climático, uno de los temas más serios que actualmente enfrenta la humanidad.
Esto demuestra nuevamente la falta de voluntad política para hacer frente a este desafío. La negativa de algunos gobiernos a priorizar el cambio climático y sus consecuencias, expone un vasto déficit de gobernanza mundial eficaz y una indiferencia ante obligaciones morales. Sin voluntad política, no hay acción política.
Las negociaciones en la conferencia del año pasado, la cumbre de la COP17/CMP7 en Durban, produjo la Plataforma de Durban para una Mejor Acción. Este mandato respaldaría los planes para un nuevo acuerdo internacional legalmente vinculante, comprometiendo a todos los países a reducir los gases de efecto invernadero, el cual sería formalizado en 2015 para entrar en vigor el 2020. Es imperativo que este plan deje la mesa de negociaciones para convertirse en un tratado colectivo sólido, efectivo y plenamente operativo, y como tal deberían haberse conseguido sustanciales avances en Doha. Se ha acordado un plan de trabajo y un calendario de reuniones para redactar un texto de negociación que esté listo para mayo de 2015; no obstante, es profundamente decepcionante que, dada la enorme urgencia del tema, no se haya logrado acuerdo para fijar una fecha de conclusión más temprana.
A pesar de la oposición de algunos estados, se ha establecido un segundo periodo de compromiso del Protocolo de Kioto, el cual extenderá el acuerdo desde el 1º de enero de 2013 hasta fines del 2020. Sin embargo, esto no cuenta con el respaldo de algunas naciones importantes y, por lo tanto, cubre solamente el 15 por ciento de las emisiones globales. El Protocolo, que es el único tratado actualmente vinculante sobre cambio climático que existe, provee un marco para las obligaciones sobre la reducción de las emisiones, y que además hace resaltar la responsabilidad histórica de los países desarrollados de liderar en esta tarea. Esta es una necesidad que fue enfatizada una vez más por muchos de los oradores en Doha, incluyendo al Secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki-moon.
Las naciones en desarrollo, como lo sabemos, no solamente son vulnerables a los efectos del cambio climático sino que son gravemente afectadas por las emisiones de otros países. Ellas desafortunadamente carecen de la capacidad y de los recursos para la mitigación y la adaptación, e informaron a la COP18 que el financiamiento era ahora un tema de decisiva importancia.
El financiamiento fue uno de los temas cruciales que dificultó el progreso en Doha. Es muy preocupante que no se haya tomado aún ningún compromiso sustancial por parte de los países desarrollados, a pesar de haberse hecho cargo de su responsabilidad. En la COP15 en Copenhague en 2009, las naciones desarrolladas prometieron un fondo de 100 mil millones de dólares anuales para el 2020, pero en el resultado de Doha no hay evidencia de que esta promesa será cumplida. Desde la COP17 se había logrado avanzar con el Fondo Verde del Clima, y se han prometido contribuciones financieras por parte de algunos países para asegurar el funcionamiento del Fondo. Cabe destacar que aunque se haya acordado que una parte significativa del flujo de financiamiento multilateral sería hecho a través del Fondo, sin este financiamiento el Fondo será redundante.
En el año corrido desde la última cumbre, los desastres medioambientales como huracanes, inundaciones y sequías han ocurrido a un ritmo alarmante y con una fuerza cada vez mayor. En 2012 se han visto inundaciones extremas a lo largo del mundo, y en particular en África y Asia. En septiembre de 2012, los casquetes de hielo en el Mar Ártico se redujeron a lo que los científicos describen como niveles sin precedentes. Esto llevó a proyectar que dentro de cuatro años los casquetes polares del Ártico se derretirían completamente durante los meses de verano, representando un ‘desastre global’. La reciente ‘súper tormenta’ Huracán Sandy, el huracán atlántico más grande que se haya registrado, devastó partes del Caribe y del Noreste de los Estados Unidos en octubre de 2012, resultando en la muerte de 253 personas en siete de los países por donde pasó. Un informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) en 2012 sugirió que los huracanes y los ciclones de esta magnitud serán más frecuentes y que es muy posible que las olas de calor aumenten.
Estos recientes sucesos medioambientales han tenido un efecto catastrófico en las naciones y ningún ejemplo tiene mayor impacto inmediato que el del tifón Bopha que azotó a Filipinas mientras los delegados discutían sin éxito en la COP18. El principal negociador de la delegación de Filipinas, al describir la inmensa pérdida de vidas y la destrucción causada por el tifón, hizo un llamado emocionante a los líderes de todas partes del mundo de enfrentar la cruda realidad, apelando que el 2012 sea recordado como el año en que el mundo tuvo el coraje para encontrar la voluntad de asumir la responsabilidad por el futuro que deseamos. Como lo puso él: “si no lo somos nosotros, ¿quién lo será? Si no es ahora, ¿cuándo lo será? Si no es aquí, ¿dónde lo será?”
El cambio climático no se puede ignorar. Desde el desplazamiento de personas a una severa escasez de alimentos y de agua, el daño está ocurriendo frente a nosotros. Un tratado internacional para reducir sustancialmente las emisiones y que provea medidas de mitigación y adaptación para ayudar a sobrellevar el cambio medioambiental es un instrumento vital para asegurar la sobrevivencia del planeta.
Medidas efectivas para evitar que la temperatura del planeta aumente por más de 2ºC, el límite marcado en el Acuerdo de Copenhague de 2009, se han necesitado desde mucho tiempo. Las propuestas hechas en Doha para reducir las emisiones no son suficientes para este fin, y es aparente que el objetivo de limitar el calentamiento global a 2ºC ahora puede ser no alcanzable. La propuesta de un plazo para el nuevo tratado para el año 2020, o incluso el 2015, significa que los resultados de cualquier compromiso que se asume también podrían materializarse demasiado tarde. Si no somos capaces de alcanzar el objetivo de un límite de 2ºC, el futuro se torna completamente incierto.
Como la Internacional Socialista ha venido sosteniendo, el objetivo clave es lograr el crecimiento a base de tecnologías bajas en carbono y el uso eficiente de la energía. Políticas para enfrentar la actual crisis financiera deben combinarse con políticas destinadas a combatir el cambio climático. No hay posibilidad de elegir entre preservar el medio ambiente del planeta y el rejuvenecimiento de la economía global - las dos tareas son totalmente interrelacionadas y deberán lograrse en conjunto. Es esencial que se dé prioridad a mayores fondos para la investigación y la innovación en lo que se refiere a nuevos modelos para lograr un desarrollo sostenible. Esto es un elemento decisivo en la lucha contra el cambio climático. Como la IS destacó en su informe ‘Desde una Economía de Alto Carbono a una Sociedad de Bajo Carbono’, tenemos el objetivo común de lograr una sociedad baja en carbono, centrado en la justicia climática. Esto atañe a todos los países, ya que la sobrevivencia de cada país depende de ello.
Los países que son los mayores emisores de gases de efecto invernadero deben asumir sus responsabilidades. Los temas de controversia como la disparidad entre países sobre niveles de acción, financiamiento y excedentes de créditos deben recibir una pronta atención. La Internacional Socialista reitera la necesidad de un fuerte compromiso por parte de la comunidad internacional para forjar la voluntad política necesaria para combatir el cambio climático y de tomar acción de manera coordinada ahora para asegurar un mundo sostenible.