Directamente vinculado al tema de la independencia, aparece el problema de la globalización que se ha impuesto en el mundo de hoy, más allá de los deseos de las naciones, y que es visto de muy distintas maneras tanto por los sectores de derecha como de izquierda. Hay que aceptar la realidad, pero al mismo tiempo encontrar fórmulas de prevención.
El documento de trabajo del Comité de la Internacional Socialista de Política Económica, Desarrollo y Medio Ambiente de fines de abril de 1996, afirma que la "globalización es la tendencia más importante de la economía mundial", pero que se hace necesario evitar la vía ultra-liberal, sin reglas o preocupaciones sociales o ambientales, que globalizará la pobreza, tanto en los países en vías de desarrollo como en los países desarrollados y uniformará los derechos sociales hacia niveles más bajos y provocará efectos negativos sobre el medio ambiente, y la propagación de la exclusión social. Sostiene además que se debe trabajar en una reforma profunda de las instituciones internacionales, tanto de las establecidas en el tratado de Bretton-Woods, como en las normas e instrucciones de la Organización Internacional del Comercio (antes GATT) de modo que permitan un más justo funcionamiento del sistema comercial. Igualmente, reconoce que es crucial mejorar el nivel de vida no solamente por razones políticas, sino además por consideraciones económicas y sociales, temas estos que requieren un enfoque de cooperación, "puesto que la globalización ha reducido enormemente la efectividad de la política económica". También reclama un "nuevo sistema de responsabilidad colectiva" para luchar contra "dogmas económicos reciclados y obsoletos", a fin de impedir que "corporaciones multinacionales y burócratas anónimos de las organizaciones internacionales influyentes -libres del peso de cualquier responsabilidad democrática- sigan tomando decisiones que afecten directamente las vidas y el bienestar de millones de personas en todo el mundo."
El Comité de la Internacional Socialista para América Latina y el Caribe (SICLAC), coincide con los citados conceptos del documento y además desea enfatizar la necesidad de promover la solidaridad en el cambio global, como se sostuvo en la reunión del Consejo de Oslo.
En la región latinoamericana y caribeña es de total evidencia que las fuerzas globalizadoras han limitado al extremo la capacidad de decisión nacional y aumentado las desigualdades en un contexto de desregulación de mercados y movilidad financiera especulativa de dimensión descomunal que ha provocado la supresión de programas sociales y acrecentado la exclusión.
Es indudable que también se produjo un crecimiento de la deuda y que los organismos internacionales de crédito continúan efectuando préstamos condicionados a la introducción de cambios regresivos en las políticas sociales y económicas.
El subdesarrollo global está conduciendo a la pérdida de la paz social en muchos países, a menos que se adopten medidas tendientes a mejorar las condiciones comerciales, o reducir la deuda, o transferir conocimientos. Si esto no ocurre, las empresas financieras e industriales concentrarán un increíble poder de decisión sobre el futuro de millones de personas.
Es imprescindible advertir la inmoral contradicción existente entre el avance del proceso de globalización y la naturaleza explosiva de los problemas sociales que se generan en las regiones latinoamericanas y caribeñas, que pueden derivar en serios procesos de deslegitimación, porque pretende regir también las propias misiones esenciales del Estado, como la educación, la salud y hasta el funcionamiento de las instituciones.
Los países más desarrollados, mientras tanto, hablan de abrir las economías latinoamericanas y caribeñas, pero cuando les conviene atacan los propios mecanismos del mercado que proclaman y aparecen nuevas formas de proteccionismo, restricciones a la transferencia de conocimientos cada vez más agresivas y el bilateralismo, utilizado para excluir a competidores.
En general, la democracia supo imponerse sobre los excesos de un capitalismo salvaje: combatió el monopolio y procuró evitar la explotación de los trabajadores. Actualmente, muchos de los gobiernos latinoamericanos y caribeños están inhibidos por los excesos de la globalización: los capitales financieros esquivan la regulación estatal, se pronuncia la tendencia hacia la oligopolización, se escapa a la legislación social y se produce una extraordinaria regresión en los sistemas de relaciones laborales; crece desmesuradamente el desempleo, desaparece la ética de la solidaridad, mientras aumenta la marginalidad.
Incluso el Centro de Desarrollo de la OCDE afirma que la globalización financiera es la causa principal "del debilitamiento de las políticas económicas nacionales respecto a los otros gobiernos, pero especialmente frente al mercado global... Este fenómeno ha debilitado la capacidad de los Bancos centrales de administrar las tasas de cambio así como la posibilidad de hacer efectiva la autonomía monetaria y la política fiscal de los gobiernos. Los Estados ven erosionarse la base de imposición de los impuestos a las ganancias, y los sistemas fiscales reposan cada vez más en el trabajo y el consumo."
En cuanto a las inversiones extranjeras, que son necesarias para hacer crecer las economías y disminuir la desocupación, en el mundo globalizado buscan radicarse donde tengan que pagar menores salarios e impuestos, intención que terminan por sufrir los propios países centrales.
De todos modos, se observa que el poder real ya no está en las empresas, sino en los mercados financieros. Ni siquiera en la autoridad política, cada vez más controlada por el capital especulativo.
La globalización produce un verdadero cambio epocal. Poco a poco, o de manera repentina, los principios del mercado y del consumismo comienzan a actuar sobre las mentes y los corazones de los pueblos. De pronto se advierte que se trata de una batalla cultural.
El imperialismo dejó de depender de decisiones nacionales, para basarse en las decisiones empresariales principalmente financieras que determinan sus propias políticas transnacionales. En la misma medida en que la globalización redefine y subordina a los Estados nacionales, incluso a los más fuertes, el imperialismo es recreado sobre nuevas bases y con distintas formas. A los Estados se les imponen las empresas transnacionales, que se han transformado en estructuras mundiales de poder.
En cada país, en cada sociedad, no importa cuáles fueran los indicadores de su desarrollo, las situaciones concretas que más preocupan, los desafíos inmediatos que se presentan, parece repetirse en distintas formas este antagonismo finisecular entre dos perspectivas, en apariencia opuestas y en el fondo semejantes: adaptarse rápidamente a las condiciones exigidas por la mundialización de los mercados y despedirse de las escalas nacionales o volver a las comunidades primigenias, las identidades étnicas, regionales o religiosas para defender lo que se siente amenazado.
Se trata de una de las más peligrosas trampas que deja el ciclo de crisis del Estado de Bienestar y la respuesta neoconservadora a dicha crisis. Quienes cantan loas al dios Mercado y quienes lo hacen a la patria irredenta, al caudillo providencial o al paternalismo feudal entonan las mismas estrofas milenaristas, se realimentan unos a otros y obstruyen las oportunidades reales de reconstituir el campo de las grandes coaliciones renovadoras y reformistas que intentan avanzar en una orientación integradora y anticiparse a los graves y desgarradores conflictos actuales.
Algo de este fenómeno bifronte está impregnando actualmente la cultura política de la gobernabilidad en tiempos difíciles para América Latina conjugando en un mismo discurso y -lo que es peor- en un mismo ejercicio del poder, formas autoritarias de mercado; regresión de las relaciones políticas y modernización de las pautas de producción y consumo; "decisionismo" personalista en el manejo de las instituciones y desmantelamiento de todos los instrumentos de intervención pública en el campo social.
La globalización podría ser un proceso irrefrenable de transformación del capitalismo, diversificación y multipolarización de los sistemas de producción, aceleración de los cambios producidos por la revolución científico-tecnológica y el poder de las comunicaciones. Pero, por el contrario, se ha convertido en la consagración de un sistema mundial autorregulado, sostenido sobre un circuito financiero virtual de miles de millones de dólares informatizados y gobernado desde un puñado de oficinas. Así, la política de cada país se reduce a cenizas o malezas perturbadoras, cuando va más allá de la administración supervisada de las cuentas fiscales.
Haber adoptado esta última perspectiva, resignada o entusiastamente, ha llevado precisamente a los atolladeros que actualmente se viven, a que la globalización no pueda sino verse como una amenaza o como una estructura de poder monolítica que se impone implacablemente.
En la defensa de la identidad adquiere relevancia el problema económico. Los pueblos de Estados Unidos y Europa Occidental saben hasta qué punto la continuidad de sus sistemas democráticos se afianzó a raíz del desarrollo y la prosperidad.
Inversamente, en América Latina y el Caribe tempranamente se conoce que la democracia tropieza con enormes dificultades para sobrevivir en sociedades signadas por las crisis, el subdesarrollo, y la marginación.
Con el advenimiento de la globalización y el predominio de la economía de mercado, es necesario y urgente reconocer los problemas particulares que afrontan los países más pequeños, para que ellos se beneficien de las oportunidades que pudieren resultar del crecimiento en la economía mundial. Estos problemas particulares incluyen, entre otros, y además de las consecuencias imprevistas del sistema económico global, la vulnerabilidad al crimen, que ahora está organizado globalmente, y que involucra al tráfico ilegal de armas y de drogas, lo que atenta contra la democracia, la estabilidad social y las relaciones comunitarias; la vulnerabilidad a los desastres naturales que destruyen la infraestructura crítica, tanto social como económica.
No es fácil preservar los valores democráticos cuando vastos sectores no integran el mercado, cuando la miseria despoja de su dignidad a los seres humanos, cuando la ausencia de opciones quita sentido a su libertad, cuando la ignorancia hace difícil valorar el respeto al disenso.
Constituye una amarga paradoja que las democracias avanzadas que alientan a consolidar las instituciones latinoamericanas y caribeñas sean las mismas que las castigan discriminándolas comercialmente.
Marginados comercialmente, también quedarán apartadas de las corrientes financieras indispensables para generar recursos que se canalicen hacia la inversión, la promoción del desarrollo y la resolución del problema de la deuda externa.
SICLAC sostiene que así como en el interior de los Estados Nacionales la protección de los más débiles se logra a través de la vigencia plena del Estado de Derecho, en las relaciones internacionales la protección efectiva de los países menos poderosos se logra por la vigencia irrestricta del Derecho Internacional.
Trabajar para fundar un orden internacional basado principalmente en el Derecho, más que en el equilibrio de fuerzas, se hace necesario potenciar y extender el multilateralismo, tanto en el terreno estrictamente político como económico. En todos los foros, se debe trabajar intensamente por la convivencia cooperativa de naciones libres e iguales.
SICLAC sostiene la necesidad de una integración regional. La integración por bloques económicos supone mercados ampliados, que aún con sus dificultades, ayudarán a superar la profunda crisis estructural por la que atraviesan las economías latinoamericanas y caribeñas, propiciando corrientes de auténticas inversiones y posibilidades de producción a escala mayor.
La crisis del Estado, demanda producir cambios y modificaciones en el papel del propio Estado para lograr el cumplimiento de sus fines esenciales. Es el tiempo de los grandes espacios regionales donde el desarrollo económico depende cada vez menos de un país en particular y cada vez más de la integración regional, que, de paso, sirve para evitar los efectos negativos de especulaciones financieras impulsadas por la globalización.
Uno de estos propósitos debe ser el compromiso de cada Estado de promover y sostener la práctica de buen gobierno al interior de sus propios países, así como una efectiva administración de la economía.
Es necesario crear en las respectivas regiones, un sistema que facilite la integración, sobre la base de la indispensable democratización general: compatibilización cambiaria, intercambio comercial libre, conjunto de normas jurídicas compartidas, y una voluntad común de fijar las reglas de juego de acuerdo a los propios intereses sin aspiraciones hegemónicas y sin falsas competencias, fortaleciendo el establecimiento de bases políticas sólidas de integración.
Una dificultad adicional plantea el tema de la deuda externa, sin cuya definición será más difícil generar políticas económicas con reglas de juego más claras. El Consejo de la Internacional Socialista celebrado en Bruselas decidió realizar una campaña en pro de la condonación de la deuda externa a los países más pobres. SICLAC afirma que en el caso de los países de desarrollo intermedio, es preciso encontrar metodologías que permitan un cumplimiento compatible con su desarrollo.
Es cierto que el comunismo es un programa sin futuro. Pero también es un programa sin futuro cualquiera que se base en el egoísmo y la injusticia, que irremediablemente origina una crisis moral generadora de distintos procesos de disolución social.
SICLAC considera que es prioritario lograr en todos los sectores la creación del empleo productivo y estable, así como que es una obligación indelegable del Estado garantizar los beneficios de la seguridad social.
Finalmente, reitera que puede haber otra versión de la globalización, por la que va a trabajar. Si se le incorpora la idea de la solidaridad, lo que hasta ahora no se advierte, puede significar un aumento de la eficiencia y de la producción y, si el esfuerzo fuera fundamentalmente ético, hasta de la justicia, desechando las ideas y la lógica de la marginación, las desigualdades, la exclusión social y el desarrollo no sustentable.
Para lograrlo, advierte que rechaza el miedo a estar en contra de la corriente política prevaleciente, de modo de no transigir en sus convicciones ni olvidar sus principios: el único pez que va siempre a favor de la corriente, es el pez muerto.
SICLAC reitera que se enfrentan serios problemas de penuria económica. No ignora que es esencial la estabilidad económica. Pero el gran desafío es crecer con equidad.