Palabras del Presidente Juan Manuel Santos

XXV Congreso de la Internacional Socialista, Cartagena, Colombia, 2-4 de marzo de 2017

 

Apreciados amigos de la Internacional Socialista:

Les doy la bienvenida a Colombia, a Cartagena –la ciudad heroica de la independencia y la ciudad de la paz–, y lo hago con la alegría de recibirlos en un país que ya no se desangra por el largo conflicto con las FARC, que ya no sufre la dolorosa guerra entre hijos de una misma nación.

Y qué bueno tenerlos acá la misma semana en que comienza –¡comenzó ayer!– el proceso de registro y entrega de las armas de las FARC a las Naciones Unidas, que culminará el 1º de junio.

Aquí estuvieron varios de ustedes en agosto del año 2015, en la reunión de su Comité para América Latina y el Caribe, e hicieron una firme declaración de apoyo al proceso de paz de nuestro país. La agradecí en su momento y hoy quiero reiterar ese agradecimiento.

Porque es el apoyo de una organización que defiende la vigencia de las libertades fundamentales y la protección a los más vulnerables de la sociedad; una organización que participó, además, en la verificación de la desmovilización y el desarme del M-19, del EPL y el Quintín Lame hace ya un cuarto de siglo.

Así que ustedes conocen, ustedes entienden bien, lo que ha sido la historia de Colombia y nuestra búsqueda incesante por la paz, y pueden imaginar lo que representa este momento para nosotros, cuando cerca de 7 mil miembros de las FARC –que por décadas combatieron al Estado– están ya concentrados, iniciando su proceso de reincorporación a la sociedad y comenzando su desarme.

El Partido Liberal Colombiano –mi partido de origen, el partido de mis ancestros, un partido que hace parte de la Unidad Nacional que respalda mi gobierno– ha sido un protagonista singular de este esfuerzo, y hoy quiero reconocerlo ante sus pares del mundo.

Liberales de la talla de Humberto De La Calle, jefe del equipo negociador; Juan Fernando Cristo, ministro del Interior, y Rafael Pardo, alto consejero para el Posconflicto, fueron piezas claves en el proceso de negociación, y lo son hoy en su compleja y delicada implementación.

La paz ha tenido el apoyo incondicional de los expresidentes liberales César Gaviria y Ernesto Samper, y –algo fundamental, apreciado senador Serpa– de las bancadas del Partido Liberal en el Senado de la República y la Cámara de Representantes, que acompañaron y siguen acompañando su desarrollo normativo.

Así que, apreciados amigos del Partido Liberal, pueden sentirse satisfechos y tranquilos en su conciencia, porque han obrado con sentido de patria, con visión de futuro y con responsabilidad, para darles a todos los colombianos, como decimos con frecuencia –citando a García Márquez–, “una segunda oportunidad sobre la tierra”.

La paz no es ni puede ser una bandera de campaña u oportunismo político, y así debemos proclamarlo en este congreso internacional.

La paz es un imperativo categórico para cualquier sociedad. La paz es el bien supremo sobre el cual se construye el andamiaje de los derechos, las libertades y la democracia.

Por eso la buscamos con ahínco. Por eso persistimos en el empeño contra viento y marea, por encima de todos los obstáculos y dificultades. Por eso –ahora que logramos silenciar los fusiles del conflicto con las FARC– la cuidamos y la vamos a cuidar y defender como el tesoro más preciado.

Y no es solo la paz de Colombia, ustedes lo saben. La paz de nuestro país es también una noticia positiva para la región y el mundo: es la paz de toda América y un modelo para apoyar la resolución de otros conflictos armados en el planeta.

Qué afortunado, por eso, que este Congreso de la Internacional Socialista haya escogido como sede a Colombia, la nación que hoy entrega la noticia más esperanzadora al mundo, y que se reúna para discutir sobre los temas de “Paz, Igualdad y Solidaridad”.

Porque la paz –hay que recordarlo siempre– es más que el simple silencio de los fusiles, y necesita, para consolidarse, el acompañamiento de la igualdad, que nosotros hemos resumido en el concepto Equidad.

“Paz, Equidad y Educación” han sido los pilares de mi gobierno, y coinciden muy bien con los propósitos de esta organización y de sus afiliados.

¿Y cómo lograr avanzar hacia estos ideales? ¿Por la izquierda? ¿Por la derecha? ¿Por el centro?

Cada tendencia ideológica tiene virtudes y defectos, que dependen además de las circunstancias y sociedades en que se apliquen.

Los principios del socialismo, por ejemplo, de cuya fuente igualitaria bebieron muchos de los partidos aquí representados, son loables en cuanto representan la aspiración humana de tener una sociedad más justa e igualitaria.

Y hay aspectos de otras doctrinas que también ofrecen soluciones plausibles para lograr un entorno más seguro o para garantizar mejor las libertades individuales.

En el mundo actual, tristemente polarizado, tenemos que comenzar a buscar y a implementar lo que los budistas llaman el camino medio.

Porque la polarización, la satanización del otro, el radicalismo, la intolerancia, son las enfermedades que hoy nos aquejan a las sociedades, a nivel interno y también a nivel internacional.

¡Qué peligroso es un mundo de opuestos, de solo blancos y negros, que no contemple otros matices, otros colores!

¡Qué absurdo es un mundo que rechace, en lugar de atesorar, la diversidad; las diferentes formas de ser, de pensar y de entender la vida!

Tenemos que superar el imperio de las ideologías, tenemos que romper las cadenas de los prejuicios, para buscar –con sensatez, con pragmatismo, sin estridencias– el bienestar de nuestros pueblos, de nuestra gente, y en especial de aquellos más vulnerables, de los excluidos del progreso.

En mi caso, desde hace ya casi 20 años, vengo promoviendo, y aplicando en la práctica, la doctrina de la Tercera Vía, que aprendí del sociólogo británico Anthony Giddens como una versión moderna del laborismo británico, y que promovimos en un libro conjunto con el ex primer ministro Tony Blair.

Valga recordar que el profesor Giddens fue rector de mi alma mater, el London School of Economics, desde donde los esposos Sidney y Beatrice Webb –a finales del siglo diecinueve– sentaron las bases del socialismo democrático de nuestros días.

¿Y qué es, en suma, la Tercera Vía?

Es una concepción sobre el papel del Estado en la sociedad que toma lo mejor y busca un camino intermedio –pragmático, repito– entre las dos corrientes que lideraron el mundo en el siglo XX:

La del liberalismo clásico, que propendía por una libertad económica y del individuo en un sistema basado en la propiedad privada.

Y la del estatismo o intervencionismo, que defiende la propiedad y el control de los medios de producción por parte del Estado, y la preponderancia de los derechos colectivos sobre los particulares.

La Tercera Vía no considera al Estado y al sector privado como actores antagónicos, sino que los ve como aliados ideales que pueden ayudarse mutuamente para lograr una meta final, a la que desde entonces yo llamaba la Prosperidad Social.

La Tercera Vía es esencialmente pragmática pero esto no significa que carezca de principios.

Por el contrario, hay cuatro valores esenciales que son esenciales a la misma y que le fijan su norte: el reparto equitativo de la riqueza, la igualdad de oportunidades, la responsabilidad y la solidaridad.

Y se ha resumido en una frase sencilla pero contundente: “El mercado hasta donde sea posible; el Estado hasta donde sea necesario”.

Colombia –con más razón ahora que terminamos el conflicto armado con las FARC– está lista para despegar hacia nuevos horizontes, para soñar con convertirse en un país desarrollado, para hacer parte de las grandes instancias internacionales de decisión, y para formar parte –por ejemplo– de la OCDE, ese grupo de países que promueven las mejores prácticas económicas y de gobierno.

Nuestro gobierno, en particular, ha sido un gobierno reformador –tal vez el más reformador en Colombia en por lo menos 70 años, desde el mandato progresista de un gran liberal, el presidente Alfonso López Pumarejo– porque es con reformas y no con revoluciones como se logran, paso a paso, los mejores y más duraderos resultados.

Y esos resultados están a la vista:

En medio de una difícil coyuntura económica internacional y de la abrupta caída del precio del petróleo –nuestro principal producto de exportación–, hemos logrado mantener un crecimiento razonable, el más alto de las principales economías de la región, solo superado por Perú.

En los últimos seis años y medio la tasa de desempleo ha bajado consistentemente en nuestro país.

Hemos generado empleo –por primera vez, en su mayoría, empleo formal y digno– en 75 de los 78 meses que llevamos de gobierno–, lo que nos pone a la vanguardia no solo de la región sino del mundo en creación de empleo.

Pero no basta con crecer –lo sabemos bien– si los beneficios no llegan a la gente. Aquí es donde resulta relevante el concepto de la equidad.

En estos últimos años, en Colombia, por primera vez la economía crece y la desigualdad decrece, es decir, se trata de un crecimiento social, un crecimiento con equidad, que es el único realmente sostenible.

Desde 2010 han superado la pobreza 4 millones 600 mil compatriotas –es una reducción de 12 puntos porcentuales–; hemos reducido la pobreza extrema a la mitad, y cada vez son más los colombianos que ingresan a una clase media grande y fortalecida.

Decretamos la gratuidad de la educación, del grado cero al grado 11. Convertimos la salud en un derecho fundamental y hoy podemos decir que hay cobertura universal.

Son avances importantes, pero somos los primeros en reconocer que nos falta mucho, muchísimo camino por recorrer. Colombia todavía tiene una desigualdad vergonzosa.

La Tercera Vía, entonces –como la venimos aplicando en Colombia: una tercera vía a la colombiana–, nos ha permitido tener un modelo económico no solo exitoso sino también más equitativo, y eso es lo más importante.

Y todo lo hemos logrado a pesar de un conflicto interno armado que nos afectó por más de medio siglo.

¡Cuánto más, imaginen cuánto más, podemos esperar ahora que sacamos ese obstáculo del camino!

Apreciados amigos de la Internacional Socialista:

En un mundo polarizado, donde millones de ciudadanos toman sus decisiones basados en el miedo, en los odios aprendidos –que surgen del mismo miedo–, en los prejuicios… nos llegó la hora de hacer posible la certeza de la esperanza.

En una reciente Cumbre Mundial de Premios Nobel de Paz –que congregó a 27 personas e instituciones galardonadas en Bogotá– hice una reflexión con la que quisiera terminar.

El mundo actual se debate entre dos tendencias, dos fuerzas gigantescas, que van más allá de la política y la diplomacia, porque son simple y profundamente humanas: EL AMOR Y EL MIEDO.

El amor es UNIDAD, porque parte del concepto más alto de todas las religiones y sistemas filosóficos: que los seres humanos somos UNO, una sola familia, una sola raza de todos los colores, un solo origen y un solo destino.

El amor es COMPASIÓN, esa virtud que nos permite comprender el anhelo, el temor y el sufrimiento de nuestro semejante, y ponernos en los zapatos del otro para encontrar puntos de convergencia.

El amor es TOLERANCIA, es decir, es respetar y valorar la diferencia y la diversidad como una bendición, como un tesoro de la humanidad.

El miedo –por el contrario– genera desconocimiento, porque al alejarnos de los otros los desconocemos, y empezamos a verlos como extraños, como amenazas. Y ahí, precisamente ahí, está el germen de todas las violencias.

Miren lo que decía ese gran escritor inglés Aldous Huxley:

“El amor ahuyenta el miedo y, recíprocamente el miedo ahuyenta al amor. Y no sólo el miedo expulsa al amor, sino también a la inteligencia, a la bondad, a todo pensamiento de belleza y verdad, y sólo queda la desesperación muda. Y, al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma”.

Nuestro gran desafío hoy –y a eso los convoco, desde Cartagena– es recuperar esa condición humana que el miedo quiere expulsar, y hacer valer el amor, la unidad, la compasión y la tolerancia como valores reales que inspiren nuestro trabajo político, nuestro trabajo por nuestros pueblos.

Es un gran desafío. ¡Es un bello desafío! Digno de los ideales que forjaron la Internacional Socialista y que alimentan el espíritu de libertad, de igualdad, de equidad y de paz que preside este Congreso.

Por el bien de la humanidad, ¡aceptemos el reto!

Muchas gracias.

(Fin)